lunes, 20 de diciembre de 2010

Cada quince días.

Como cada quince días va a recoger a su hija de doce años. Se le permite verla dos días cada dos semanas, los sábados y domingos de diez de la mañana a cinco de la tarde. En la mayoría de ocasiones no llegar a agotar este tiempo.  La pequeña no le habla, como máximo le dice que la deje en paz, que le molesta que su padre le sonría, porque a él todavía le alegra verla. Son horas de hablar a solas con ella, de comentar las cosas que ha hecho durante las últimas dos semanas, de preguntarle a su hija cómo le fue el cole, de tantas palabras  sin obtener respuesta. Su hija mira al infinito y con cara de fastidio le vuelve a decir que la deje en paz. Antes lloraba cuando despedía a su hija, le quedaba el corazón roto pero sus ansias de volver a verla eran su esperanza para seguir tirando.  Su hija vive con su madre y sus dos hermanos ya mayores de edad, una chica, un chico. Se le permitió ver al chaval una hora a la semana, para comer, siempre en un restaurante. Con el paso de las semanas su hijo se le fue abriendo y hasta le pudo hacer algún obsequio que no rechazó, habló con él de su futuro, le propuso seguir siendo su padre, atenderle, seguir ayudándole en la vida, estar ahí para cuando haga falta. Una vez a la semana para intentar ser padre. Cuando su hijo cumplió dieciocho años el chico cortó toda comunicación, dejó de atenderle las llamadas y en la única ocasión que pudo hablar con él recibió una sarta de insultos.  Su hija mayor, veintidós años,  acaba de terminar la universidad, bueno eso calcula él, porque desde hace dos años no hay manera de comunicar con ella y nadie de la familia le da ninguna información. Ya no sabe de la vida de sus hijos, no sabe si caen enfermos, si lloran o si ríen,  no puede verles crecer. Cuando se dictó la sentencia de divorcio la madre de sus hijos consideró que todo iba en el mismo lote, la casa, los hijos, el dinero, el afecto, el ser padre. Arrambló con todo. Ha logrado que los hijos de ambos se consideren huérfanos y rechacen siquiera verle.  No ha cometido ningún delito, no ha ocasionado ningún episodio de violencia ni de maltrato, ni siquiera se ha permitido alzar la voz (hasta le avergüenza tener que exponerlo). Fue un padre admirado y querido por sus niños, un padre ni mejor ni peor que otros (él de manera íntima piensa que mejor, claro), satisface de manera puntual una pensión elevadísima que quintuplica el sueldo de un mil eurista, sigue enviando regalos a su hijos en su cumpleaños, en su santo, en navidades, les manda mensajes de cariño sin respuesta. Si se le permite ver tan poco a su hija menor y en esas condiciones es porque la niña sufre una anomalía (él la llama alienación) que ha aconsejado al juez que lleva el caso a establecer un régimen progresivo pero que resulta de hecho una regresión. Al principio estaba previsto que los hijos pudieran estar con su padre cada dos fines de semana, todo el fin de semana, y la mitad de las vacaciones. Nunca pudo ser, la madre incumplió todas las órdenes y el resultado fue el establecimiento de unos mínimos que han provocado un proceso de apartamiento y de falta de convivencia.  A la madre le es indiferente que sus hijos no puedan tener padre, más que eso, lo fomenta y procura. Ha sido condenada, exhortada, requerida… pero esta actitud le sale extraordinariamente barata y todo queda en la impunidad más absoluta.  Él ha pedido terapias, se ha procurado de ayuda profesional para que su familia supere todo esto pero se ha encontrado con una tenaz obstaculización y un muro de silencio despectivo.  Nunca ha recibido una palabra de aliento ni de cariño de sus hijos, sólo frases de desprecio y de ingratitud. La ley no puede evitar que sus hijos le hayan perdido el respeto y la consideración, que esa conducta sea aplaudida en casa,  la ley no puede impedir que una madre o un padre provoque tal distanciamiento y haga rehenes de su venganza a los hijos, la ley no sanciona la orfandad provocada ni el secuestro emocional,  la ley es indiferente al crecimiento de unos niños sin el trato con un padre que les busca y les quiere y es, en definitiva,  ajena al dolor que se ocasiona para todos y a las secuelas que de adultos podrán arrastrar.
Tras las horas de silencio con su hija recuerda que lleva dos años sin recibir un beso de aquellos que nacieron bajo su techo y a los que crió, a los que formó y educó, a los que dio todo su esfuerzo y amor.
Ya no hay nada y hablar solo en presencia de su hija, que no responde a ningún estímulo, es una tarea similar a la de picar piedra como un forzado,  y sin sentido. La niña ni le dice adiós, como tampoco ha contestado a ninguna de las propuestas que le ha hecho su padre, a sus planes para el verano si tiene la suerte que el juez le dé permiso para tenerla una semana. Se siente humillado por tener que pedir permiso para ver a su hija  porque no ha hecho nada que justifique esta situación que, aunque ya familiar y cotidiana, le resulta inexplicable.  
Y ya conoce a muchos padres en su situación, y a muchas madres, y a muchos niños. Y se siente a veces hasta privilegiado porque la vida le dado una pareja que le quiere y un bebé que le ha permitido ser padre de nuevo.
Cuando ha dejado a su niña ha ojeado el  periódico. Un grupo de mujeres, se denominan feministas, proclaman que lo que a él le sucede, y a otros padres y a otras madres, y a otros hijos,  no es cierto y que seguro que él es el responsable, que algo debe haber hecho para que todo suceda. Ha reflexionado mucho, quisiera encontrar eso mismo, qué ha hecho, qué faltas ha cometido, cómo rectificar y encontrar a sus hijos tras ese cambio suyo.  Pero no ha logrado encontrarlo, ni él ni aquellos a los que ha pedido ayuda. Quizá llame a esas mujeres que escriben para pedirles también ayuda, quién sabe, ha tocado a tantas puertas que nunca se resignará a la desesperanza.
Mañana  se repetirá la historia, cada vez que ve de nuevo a su hija renace la ilusión de que ese día la niña parloteará con él, las risas serán cómplices de ternura, de proyectos, que todo volverá a ser como antes y como nunca debió de dejar de ser.  Antes de ayer acudió a su fiesta de final de curso, como siempre hizo con todos sus hijos; se sintió orgulloso de ver a su niña bailar, tan crecida, una adolescente casi, con sus compañeros.  Estaba en la última fila y a lo lejos le vieron su hija mayor y su madre. Una precisa orden y su hija mayor salió para guardar a la pequeña, así que no pudo felicitarla. Hoy la niña le llamó mentiroso al mencionarle lo guapa que estaba. Porque se trata de eso, de aliar a todos para no romper el círculo de silencio frente al que se siente como enemigo y como tal ha sido declarado, sin juicio, sin defensa, y condenado al ostracismo del amor de sus hijos, expulsado a cadena perpetua.  Lo que más le duele, como una piedra en el zapato que le impide caminar, es que también ellos, sus hijos, han sido condenados a quedar en pura orfandad en vida, una vida que él quisiera compartida.
Mañana de nuevo la rutina del desprecio. Al menos ya no llora ni se desespera como antes.  Ha aprendido a vivir con esto y aunque se rebela cada día, ya sabe que la tristeza le acompañará siempre.
Es de esperar que un día no pueda aguantar más esta situación injusta y definitivamente se consiga que sus hijos queden aislados en tanto odio desproporcionado puesto al servicio de una gran venganza, donde todos pierden, donde sólo gana quien debiera impedirlo y usa la llave del amor malentendido a su antojo.  Mientras tanto él sigue vivo entre tanto dolor y sin que nadie atine a darle una palabra de esperanza, sin el consuelo de una promesa de que vendrán tiempos mejores. Cada quince días, ser padre en el vértice de la alienación, cada quince días.

3 comentarios:

  1. Aqui estoy contigo.. como todo este año que casi termina y nos ha unido el SAP de nuestros hijos...en mi caso, mi hija de 14 años..despues de una año de mucha confusiòn, de una separaciòn muy conflictiva, cediò a la presiòn y manipulaciòn de su padre, envuelta en un conflicto de lealtades...llevo casi 5 meses de no poder tener ninguna clase de convivencia...mis otros dos hijos, de 23 y 13 estàn conmigo y al mismo tiempo conviven con su padre, sin ninguna interferencia.. pero mi hija, muy afectada reaccionò hacia mi, con un rechazo absoluto a causa de engaños, verdades a medias que el todo caso son mentiras mal intencionadas y sin fundamento...
    El desgaste emocional, es severo, para todos, y los daños muy dificiles de reparar... como hijos, tenemos el derecho de convivir amorosamente con cualquiera de los padres y como padres tenemos la obligacion y deber de cuidar que no se dañen las relaciones de los hijos con el que se separa...
    pues siempre seràn hijos, y siempre seremos padres.. lo unico que deja de existir es la pareja, pero muchos progenitores, reaccionan con sed de venganza ante una ruptura insostenible.
    Un abrazo a todos, y felicidades J.A. sabes que te quiero y admiro, por esa resistencia, templanza y todo ese amor guardado hacia tus hijos...

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  2. Las feministas, como muchos grupos "-istas" reducen problemáticas concretas bajo su punto de vista y conveniencia própio, dejando de lado que estos problemas se ramifican afectando mucho más de lo que se cree o admiten.
    La alienación de los hijos no es cuestión de sexos sinó de mentes. Mentes algunas enfermas, quizás inmaduras, otras malévolas e incluso perversas... Pero sean quienes sean, el dolor está ahí, permanece, cronifica y destruye. Y los que lo padecemos lo sabemos más que nadie.

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  3. Es increíble... ¿Cómo es posible que ninguna de las puertas a las que hemos llamado para salvar a nuestros hijos, se haya abierto? ¿Por que se lavan las manos las únicas personas que pueden parar esto? ¿Por que no quieren escucharnos? ¿Por que no nos dan el beneficio de la duda? ¿Cómo es posible? Es para volverse locos... Todos contamos practicamente lo mismo, con diferentes matices, pero lo mismo...

    No puedo decirte nada que te de consuelo, por que sabemos que no lo hay... Sólo decirte, que siento que estés viviendo esto...

    Un saludo
    Atenea,

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