sábado, 26 de noviembre de 2011

Adeu, Sr. Casany

La noticia me ha llegado de forma fortuíta. Intento no personalizar casi nunca porque me causa un espantoso rubor escribir sobre cosas que me han acontecido de manera directa, pero esta vez vale la pena. Una visita rutinaria en mi despacho, una consulta de tantas y entablo conversación con mi interlocutor que resulta ocupar un puesto clave en el SATAF (servicio psicosocial en el ámbito de la familia, institución en Catalunya que asesora a los operadores jurídicos acerca de los menores en los casos de separaciones o divorcios contenciosos, para que nos entendamos). La crisis llega como una mancha de aceite inexorable a todos los ámbitos de la Administración y también a ese servicio, y digo servicio sin entrar en su connotación escatológica, que la tiene, ni tampoco utilizando un eufemismo, ya que eso casi supone una identificación. Así las cosas, allí se están produciendo bajas y al Sr.Casany, miembro destacado, al que me une una estrecha y forzosa relación, también le ha llegado la implacable caída en esa desgracia de ir a sellar al Inem. El encargado de transmitir tan mala noticia había sido mi cliente y, cuenta, fue recibida con una faz de congoja y ánimo de autocompadecimiento. Quizá al Sr.Casany le sorprendió que la noticia se la dijeran a la cara y no mediante un escrito en un catalán abstruso (el Sr.Casany destroza habitualmente en sus informes la bella lengua de Espriu) del que entresacar esperanzas, anhelos, vanas ínfulas de conmiseración con las que seguir adelante.
Nuestro defenestrado es autor junto a otros (una pandi o partida) de una teoría a la que llaman constelación de relaciones familiares o sistémica, en la que ponen en el ojo del huracán precisamente a los padres y madres alienados, focalizando en su falta de habilidades parentales -qué bello eufemismo para llamarte mal padre- el origen del certificado de defunción que desencadena el proceso alienador. A él le debo sublimes piruetas pseudo-psicológicas para, al fin, repartir estopa a diestro y siniestro, enmascarando en puro artificio de palabras huecas lo que no es sino la más grosera alienación de mis hijos. A él le debo la contaminación inane de quien debía decidir para atajar la gangrena. A él se debe la continua sangría de amor derramado gota a gota durante años, a él su comportamiento hipócrita y cobarde que ha degenerado en una alianza infame del tiempo con la conducta alienadora. Suyo es el resultado, como una amarga cosecha de orfandad impuesta e irreversible.
Lejos de alegrarme, al fin y al cabo mejor es conocer con quién te juegas el futuro de tus hijos, tal es su poder, me he quedado muy preocupado. Este elemento (la mediocridad tira por elevación) puede acabar en otro puesto privilegiado para socavar la relación de otros padres e hijos. Eso es desalentador si tienes esperanzas en que la crisis tenga un final. Perdidas mis relaciones familiares, enterrada en vida mi paternidad, la esperanza de que esto no se repita es lo único que te consuela. Mejor me despido del despedido Sr. Casany con unas flores o quizá con una corona, quién sabe si un cojín de flor, con una enorme cita que diga: tantos padres e hijos que jamás podrán olvidarte.

Pd. Si venzo el pudor, el tiempo suaviza la vergüenza, me atreveré algún día a colgar una muestra de la obra del ínclito Ramón Casany. No es el momento, ahora no, resultaría demasiado evidente hacer leña del árbol caído, desperdigando la infamia a la sombra del cadalso donde se quema tan mal combustible.

viernes, 25 de noviembre de 2011

No quiero ir contigo

Terrible frase que todos hemos escuchado. Así, o con la variedad que nuestra lengua viste de palabras al mismo sentimiento. Sentimiento de quien lo dice convencido de que ese es su deseo más íntimo y lo lanza como un grito, mitad queja, mitad puñetazo dirigido al más recóndito resorte de nuestro ser. Y duele, y ofende, y mina en lo más profundo de la conciencia atávica del que se siente padre todavía. Porque si la desazón no te inunda cuando te arrojan una tras otra esas palabras, mejor no sigas leyendo. Si alguna vez las escuchaste como una letanía, repetidas como mantra, y no te siguen lacerando, amigo, lo siento, ya eres un enemigo vencido. Porque se trata de eso, de vencerte antes que te convenzas. Yo no soy quién para dar respuestas, no las tengo. Yo sólo pregunto qué hacer si no quiero ir contigo y tú sí que quieres. Recuerda, el pez no sabe qué es el agua.