domingo, 29 de mayo de 2011

El cansancio

El tiempo, esa lengua implacable, lenta, inexorable, que va cubriendo de una ceniza de amnesia el recuerdo. Y el cansancio: evidencia de que has removido todos los estratos hasta mezclar las pausas con el movimiento, la parte de arriba con la de la izquierda,  que has doblado del revés las agujas de todos los relojes dormidos.  Al fin el letargo indefinido bajo un paraguas inmenso como tributo al desencuentro. Poco queda ya por hacer, salvo guardar intactas en tu corazón aquellas risas infantiles, los abrazos tras los primeros pasos, el semblante confiado de tus hijos y su voz cándida de medias palabras que sólo tú entendías.  La vida no tiene vuelta atrás, eres sólo un hombre o una mujer y lo único que sabes hacer es caminar a un destino incierto con tu memoria por equipaje.
Cuando ya no hay llamadas, cuando ya ni las esperas y la resignación se convierte en la certeza de tus días, cuando te has convertido en un extraño olvidado que no olvida y la vida de aquellos que amas es tan ajena como la del último habitante de un país en el que nunca estuviste, es tiempo de cerrar los ojos, abandonarte a la desmemoria, acostumbrarte al triste territorio de la ausencia en la que puedes confiar como aquella novia fiel de tu sombra.  Y enterrar  en la arena del desierto que pisas aquel beso tierno y para siempre imposible, las horas, los sueños,  como un tesoro precioso en tiempos de inclemencia.       
La evocación perdura, no la vida. Sea fragancia del tiempo tanta distancia. Y las palabras claridad en su reino.
 Hijos míos, voláis tan altos que mi voz no os alcanza,  pero mi corazón acompañará siempre vuestros pasos sobre la tierra.